martes, 31 de julio de 2012

Puerto Suárez pasa del sueño a la frustración

Hace seis años, la avenida Bolívar de la localidad de Puerto Suárez lucía losetas. En 2011, la empresa Jindal las extirpó para pavimentar la vía, pero no cumplió su promesa. “Por eso nosotras bloqueamos la avenida y pedimos que la asfalten de inmediato, luego en la Alcaldía nos dijeron que la culpa era de la Jindal”, rememora la porteña Rita Gallardo Correa, quien junto a su hermana y su madre protestó en mayo de este año por la obra mal ejecutada. Dos meses después, la transnacional india se va de Bolivia.

La principal “ahijada” de la Jindal en la provincia cruceña Germán Busch no ha cambiado casi nada desde la rúbrica del contrato de riesgo compartido entre el Estado y la compañía asiática en 2007, para la explotación del rico yacimiento de hierro que se encuentra a aproximadamente 25 kilómetros de la urbe. Más bien, el proyecto le ha traído hasta ahora más problemas que beneficios, por la ola de inmigrantes de todos los departamentos, que llegaron por miles, con la ilusión de comer una tajada de la torta de los empleos y las ganancias.Colapso. Para Puerto Suárez —la capital provincial que debía recibir 15% de las regalías del millonario negocio que apuntaba dejar $us 200 millones de impuestos desde que comience a correr el complejo siderúrgico—, la política de la Jindal de “apadrinar” a las ciudades cercanas a sus vetas mineras con el financiamiento de servicios básicos, escuelas, hospitales... en resumen, desarrollo, ha sido un mero discurso. Por ahora, el futuro de la población ha quedado en manos del corto presupuesto municipal y los proyectos impulsados por el Gobierno y la Gobernación.

El alcalde Roberto Vaca confiesa que la Jindal trajo sólo promesas, ya que no puso un solo ladrillo para edificar una unidad educativa o el tan ansiado hospital de tercer nivel; infraestructuras necesarias ante el crecimiento de la mancha urbana por la llegada de al menos 8.000 inmigrantes de la fiebre del hierro. El fenómeno derivó en la creación de siete barrios y el colapso de los servicios básicos; y las escuelas y los dos hospitales no dan abasto a los 28 mil habitantes. “Es un gran perjuicio que el proyecto no se haya ejecutado como queríamos”, se lamenta.

Aparte, los trabajadores de la Jindal han quedado sin dinero en sus billeteras tras la paralización de las operaciones en mayo de este año. El presidente del Comité Cívico de Puerto Suárez, José Luis Santander, informa que “más de 150 obreros, la mayoría porteños, eran parte de la empresa” y han quedado en la calle, a la espera de que renazca la explotación en el 50% del cerro Mutún que fue concedida a la compañía.

Además, se ha generado un descontento porque afloraron denuncias de que los salarios de los mineros oscilaban entre Bs 1.115 y 1.500, mientras que los de algunos administrativos ascendían a Bs 8.000.

Daniel Suárez es un dirigente vecinal que no le da vueltas al asunto y sentencia que con la llegada y el adiós de la transnacional “el sueño de los porteños se ha convertido en pesadilla”. Y añade que junto a la partida de los ejecutivos de la subsidiaria Jindal Steel Bolivia, igual quedó en nada el politécnico de siderurgia, que debía ser el centro de capacitación por excelencia para los operarios contratados y los aspirantes a extraer el hierro y demás minerales del yacimiento cruceño. “Algunos estudiaron ahí, pero a la mayoría no los recibieron”.

La hotelería es otro rubro que terminó con los crespos hechos porque sus planes para albergar empresarios o reuniones de negocios, cayeron en el limbo. Desde el hotel Casa Real, su administradora Virginia Pérez de Ulloa se queja que de nada sirvió que armaran una sala de conferencias y que instalen el servicio Wi-Fi porque no fueron tomados en cuenta por los directivos de la Jindal. “Siempre querían abaratar costos. Han visto que la mano obra era muy barata y así querían pagarlo todo, despreciando el esfuerzo que muchos hicimos para que Puerto Suárez sea gran anfitrión”.

Otro que sufrió un duro revés es el sector del transporte pesado. “Nos presentamos a la licitación para trasladar el mineral en nuestros camiones y no nos tomaron en cuenta”, critica Alejandro Vaca Díez, del sindicato 10 de Noviembre. Es una muestra más de que los desencantos cunden en esta región fronteriza con Brasil, que tiene entre sus principales actividades económicas a la ganadería, la explotación forestal y el comercio informal impulsado por el contrabando. ¿Y la minería? Por ahora ha quedado relegada de nuevo.Inmigrantes.Pero los sueños rotos no invaden solamente a los porteños, sino a las miles de personas de otros departamentos que fueron atraídas por la euforia de la futura industrialización del acero. De acuerdo con el censo de 2001, el municipio de Puerto Suárez tenía entonces 15 mil pobladores; hoy, según los cálculos de la Alcaldía, son 28 mil. Se maneja que al menos 8.000 son inmigrantes que arribaron desde 2008.

Varios de ellos no sólo se instalaron en la urbe, sino que crearon comunidades aledañas que se ubican en el trayecto que se conecta con el preciado cerro Mutún.

A media hora de viaje en vehículo desde el centro porteño se encuentra San Silvestre. A medida que el motorizado avanza, miles de moscas que pululan por los aires se convierten en las anfitrionas. El termómetro marca más de 35 grados centígrados. Los montones de basura sobresalen en el piso, tapando la escasa hier- que se resiste a las bolsas y los desechos. Este sector periférico se ha convertido en el basural de Puerto Suárez. Allí, casi extraviadas entre los desperdicios, se yerguen pequeñas viviendas de nailon.

Una de esas destartaladas casuchas es del tarijeño Mario Justiniano, que es parte de una zona donde en los últimos dos años se crearon otras dos colonias: Victoria y Coquero. En ellas, paceños, cochabambinos, tarijeños, orureños y potosinos se instalaron para algún día formar parte de la mano de obra en el Mutún. El hogar de Mario se halla a unos 50 metros de la carretera que se dirige al yacimiento. Nacido hace 62 años en Villamontes, llegó en abril motivado por las promesas de bonanza económica y, sobre todo, empleos.

“Vivo junto a mis 18 gallinas y cinco patos”, señala al salir de su choza, donde sólo posee un catre de madera y una banca. “Tengo una cama, un fogoncito para cocinar y mis animales. No necesito más”, añade con acento chapaco. Las coplas de una chacarera desde una vieja radio a transistores invaden el ambiente, mientras Mario pijcha o masca coca, ingiere el vico (bicarbonato), fuma un cigarro Casino y dibuja una sonrisa. “Vivo bien nomás, nadie me molesta. Me comprau (sic) este terreno de una hectárea y quiero vivir aquí mis últimos días”.

Relata que no calificó para estar en el ejército de mineros de la Jindal o la estatal Empresa Siderúrgica del Mutún (ESM), que su esposa lo dejó y que sus tres hijos mayores no lo llaman. “Ya no extraño Villamontes, aquí estoy bien”, recalca y después da volumen a su radio que entona, con tristeza, Boquerón abandonado. De pronto, deja de lado su resignación y anuncia que una vez que la estatal ESM se haga cargo de la explotación del mineral, se presentará de nuevo para solicitar trabajo. “La esperanza es lo único que me queda”, dice.

A unos diez minutos de caminata vive el potosino Sadiel Coraite. El hombre de 50 años nació en Cotagaita hace 50 años y hace dos que radica en este paraje cruceño, atraído igualmente por la fiebre del hierro que traspasó las fronteras de Puerto Suárez. “Vine como todos, esperando trabajar en el Mutún, pero nunca hubo nada”, manifiesta desde el fondo de un estropeado taxi modelo 87, que compró con sus ahorros y con el que ahora se gana la vida.

La comunidad San Silvestre está compuesta por ocho familias de inmigrantes. “Es bien difícil vivir entre la basura, pero no tenemos otra. No se imagina cómo es almorzar en medio de moscas, pero hay que seguir nomás”, acota, sonriente, el chofer que tuvo que acostumbrarse a la fuerza al clima que —fuera de julio cuando impera el invierno— exprime los cuerpos la mayor parte del año, sobre todo en septiembre. “Ese mes la temperatura llega hasta los 38 y 40 grados centígrados y las moscas no nos dejan ni siquiera respirar”.

A Coraite le comentaron que el municipio encontró otro terreno para botar los desechos sólidos de sus aproximadamente 28 mil habitantes; no obstante, desconfía de la versión. “Dicen siempre lo mismo, pero cada cada jornada traen más basura por aquí”, arguye, mientras a unos metros, tres personas buscan plásticos entre los promontorios de inmundicias para venderlos a recicladores en Puerto Suárez. El polvo, el mal olor y el humo de los desperdicios que algunos se animan a quemar, tornan insoportable al aire. Sobrevivencia. “Tengo cuatro hijos y cada día los llevo a Puerto Suárez para que estudien”, continúa este padre de familia cuyo mayor anhelo es que el municipio o quienes se encuentren al frente de la industrialización del hierro puedan construir una escuela cerca de San Silvestre y pavimenten el camino de tierra que llega hasta la colonia. “Pero más que todo queremos que se lleven el basural a otra zona, porque nuestros niños se pueden enfermar por la basura que arrojan cerca de nuestras casas”, demanda el potosino.

Por la región también se erigen las comunidades de Coquero y Victoria, y resaltan porque sus pobladores del occidente del país han conquistado los paladares de los porteños con su gastronomía típica. Es común que ellos viajen los fines de semana a estos sitios para disfrutar de un suculento silpancho cochabambino, un humeante fricasé paceño o un delicioso vaso de chicha para paliar el calor, a pesar de que en las colonias existe escasez de servicios básicos, especialmente de agua potable.

Los inmigrantes de estos confines hacen malabares para sobrevivir. Están al tanto de las noticias sobre lo que sucede o acontecerá en el cerro Mutún. Y aunque hasta ahora no son nada buenas, confían en que la reactivación del proyecto se produzca en el menor tiempo posible —el Gobierno señala que se requerirán al menos seis meses para una nueva licitación del 50% de la veta que estaba en poder de la Jindal—, para así pugnar por los 21.700 empleos directos e indirectos que se prometieron hace un quinquenio.

Pero la carretera que enlaza Puerto Suárez y el Mutún guarda otras historias de decepciones. “Mis padres vivían mejor que nosotros”, reniega María Rosario Súcare Soliz, de 42 años, desde una vivienda prefabricada de venesta que dejó la Comibol cuando en la primera mitad de los años 90 del siglo pasado explotaba el hierro y exportaba concentrados mediante la Empresa Metalúrgica del Oriente de Santa Cruz, a las acerías de Paraguay y Argentina. Un emprendimiento que quedó en nada por la falta de tecnología, como otros que se pretendieron instalar en la zona.

María es testigo de ese proyecto fallido. La porteña vive en la colonia Cruz Mutún junto a sus allegados, a unos 500 metros del Complejo Siderúrgico del Mutún, donde la Jindal debía construir una ciudad para sus obreros; algo que hoy parece una utopía. Ella recuerda que cuando era pequeña, sus padres pertenecían a la Comibol y se beneficiaban con la pulpería y los hogares dignos. “Ahora nosotros no tenemos nada. La Jindal nos prometió que mejoraría nuestra escuela, nuestras casas y que traería energía eléctrica, pero nada de eso cumplió”, sentencia, mientras muestra su domicilio de unos 15 metros de largo por unos dos metros y medio de alto, dividido en tres cuartos con un baño exterior.

A la par, enseña las velas con las que ilumina cada noche los ambientes forrados con venesta, con agujeros en el techo por los cuales, en tiempo de lluvia, el agua remoja todo el suelo. La pobreza impera en Cruz Mutún. Allí, los niños estudian hasta tercero intermedio y si desean salir bachilleres, deben ir a Puerto Suárez, a una hora de viaje en vehículo. Las mismas necesidades padece la comunidad vecina de La Chalera, que junto a Cruz Mutún y otras situadas a los pies del cerro albergan unas 40 familias de porteños e inmigrantes que fueron contratados por la multinacional india o por la ESM, encargada de la extracción del mineral en el otro 50% del yacimiento que no fue dotado a la Jindal.

Hace dos años, María fue dirigente y rememora, con dolor en el rostro, cómo los ejecutivos de la Jindal le negaron a los residentes que utilicen un motor de la planta siderúrgica para instalar energía eléctrica en los hogares. Luego, esperanzada con que el Mutún le provea de beneficios, se enroló como cocinera de la firma asiática, lo que le dejó un mal sabor. “Ellos apenas me pagaron Bs 1.000. Nunca firmé contrato, por eso renuncié”, manifiesta.

Gualberto Ardaya es otro vecino de Cruz Mutún y busca empleo desde que la Jindal se fue del país, ya que era parte de una compañía que brindaba servicios a la transnacional. “Apenas ganaba Bs 1.150, pero ahora que se fueron los de la compañía, qué hago, algo era algo”, se pregunta. “Quizás hubiese sido bueno que se queden, pero con mejores tratos laborales para nosotros y no terciarizándonos. Otra empresa me contrató, pero fue solamente por tres meses (para no pagar beneficios sociales). Ahora quisiéramos que nos empleen con todos los seguros”, reclama.

La otra cara de la moneda son aquellos que se sienten afortunados de haber sido contratados por la ESM. “Los de la Jindal me ofrecieron Bs 1.150, pero ahora gano el triple y estoy bien”, afirma el porteño Jhonny Espinoza, que maneja una de las chancadoras de la estatal minera; empero, tiene miedo de que la unidad educativa La Chalera, a la que van sus cuatro hijos, se venga abajo uno de estos días. “Cuando la Jindal llegó, dijo que iban a ampliar nuestra escuelita, pero sólo la rehabilitaron”.Desilusión. “Nos prometieron que nos iban a dar créditos, que arreglarían nuestras viviendas, la escuela y la casa del profesor. Sólo fueron promesas las que recibimos”, asevera María, y revela un libro de actas con los compromisos de la Jindal. Pero hay otro problema que atormenta a la mujer de tez morena, que la ESM desaloje a las familias de Cruz Mutún de las casas vetustas que la Comibol les dejó desde hace más de dos décadas. El año pasado se les notificó esto. Por ello, para María, la fiebre del hierro se ha convertido en un maleficio que no le deja dormir.

De nuevo en Puerto Suárez, también están los inmigrantes que perdieron las esperanzas de extraer minerales y se dedicaron a otro oficio. Al frente de un Toyota modelo 85, el orureño Benedicto Choque es un chofer que brinda el servicio entre la ciudad porteña y el Mutún; radica allí desde fines de 1977 y comenta: “Yo sabía que la Jindal se iba a ir porque no ha hecho nada… No tenía ni una carretilla propia de ellos”, dice el aymara, con acento oriental.

Nacido en Curahuara de Carangas, el hombre trabajó para la Comibol en el transporte de minerales en los años 80; pero cuando la Jindal no le otorgó empleo, tomó el volante para ganar dinero. “Que se vaya/ que se vaya/”, tararea Benedicto, con humor, un huayño clásico convertido en cumbia hace unos 30 años. Añade que los ejecutivos de la Jindal no querían invertir y que hicieron bien en irse. “Eran k’ewas (maricones)”, señala, con picardía colla. Es otro de los rostros de las esperanzas y desilusiones del Mutún en Puerto Suárez.

Sondeo refleja descontento

El sábado 21 de julio, Informe La Razón realizó una encuesta en el centro de Puerto Suárez. La pregunta formulada fue: ¿A usted le benefició la llegada de la Jindal a Puerto Suárez? Los resultados: 44 porteños dijeron que no y seis respondieron afirmativamente.

La consulta se efectuó en la plaza principal 10 de Noviembre y sus alrededores, y en el mercado central. La mayoría sostiene que el arribo de la transnacional que debía industrializar el millonario yacimiento de hierro de la región, no trajo los efectos esperados, sobre todo en la economía. Respuestas como: “en cinco años no hubo nada”, “con ellos o sin ellos, estamos igual que antes”, “soy chofer y nunca me emplearon” y “decían que iba a haber 5.000 empleos y nunca hubo nada”, fueron algunos de los comentarios que expresaron los entrevistados por esta revista.

Un reducido grupo de seis habitantes reconoció que los mineros asiáticos trajeron beneficios a su localidad y la provincia Germán Busch. “En 2007 y 2008, yo vendía 300 empanadas de pollo en el Mutún”, “las calles del centro de Puerto Suárez estaban mal y ahora al menos las arreglaron un poco”, dijeron a este medio.

Eso sí, algunos coincidieron en que el Estado y la multinacional del acero nunca coordinaron sus tareas. Una ciudadana que fue empleada de la Jindal, por ejemplo, se quejó de los bajos salarios que le pagaban a ella y otras compañeras.

En las calles, no solamente se palpa descontento social con la Jindal, ya que esto se amplía a las autoridades del municipio, la Subgobernación provincial y el Comité Cívico, instituciones que, generalmente, salieron en defensa de la compañía india.

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